29.1.07

Ultimos días en Kolkata

Al regresar a Kolkata una de las primeras cosas que hice fue acercarme al río, era el Día de la República, fiesta nacional, y había visto muchas figuras de Saraswati aún por las calles. Así que al atardecer y tras perderme un par de veces y visitar las chabolas bajos los puentes al sur del Maidan, llegué a un Ghat muy concurrido. Estaba prececido por una amplia zona asfaltada dedicada a estación de autobuses, decenas de ellos, cargados hasta los topes, continuaban acumulando aún más aquipaje sobre sus techos. Fardos, sacos y cajas precintadas que convertían cualquier autobús en un monstruo de dos pisos. Parece que la moda es poner algún letrero luminoso en la parte delantera con el nombre de la agencia o algún mensaje que centellee o cambie de color al más puro estilo Las Vegas. Este era el lugar adecuado para recibir a los pequeños camiones descubiertos y repletos de hindús alborotados llevando a sus diosas tras los días de Puja.

Claro que aquí los Ghats no son como esn Varanasi, este, por ejemplo, tan solo era un terraplén convertido en un inimaginable vertedero embarrado. Hasta el borde iban llegando los grupos portando en volandas a sus Saraswatis, le daban varias vueltas sobre si mismas y, algo mareados, emprendían el descenso haciendo equilibrios en la resbaladiza pendiente. Al llegar abajo, hundidos en el barro hasta los tobillos, se acercaban a la orilla e intentaban hacer un hueco en las aguas sagradas y saturadas de figuras, para arrojar la propia. En ese momento lo más prudente era retirarse unos pasos, pues el posterior acto de echarse unas gotas de agua sobre las cabezas, como santiguándose, se podía convertir una salpicadura ganeral llevada a cavo por los que estaban con las aguas verdegrisaceas por las rodillas.

Días después, al volver al mismo escenario, ya de día, la visión era espeluznante. A toda la basura que ya había, se le sumaban los restos de las diosas, los armazones de madera sobre las que iban colocadas y todas las ofrendas que también habían arrojado junto a las figuras, flores, hojas de palma, cocos, oropeles, cuencos y vasijas, cajas de cartón... por no mencionar que el lugar también servía de baño público... Un hombre bien vestido llegó en ese momento con una figura de Saraswati de medio tamaño en sus brazos, debía ser algún rezagado. Pero no pasó de los primeros metros, contrató a algunos de los chiquillos pobres que viven por allí para que le llevasen la figura hasta el agua, mientras él les gritaba las instrucciones a distancia, de puntillas sobre el desastre.

Esta vez he tenido que coger un hotel un poco mejor al estar todas las guesthouses ocupadas, aunque eso de "mejor" es algo un tanto relativo, que se nota sobre todo en que te cobran una tasas a parte del precio de la habitación. Luego, las precariedades se repiten, pero a veces con la nota cómica de un quiero y no puedo. Por ejemplo han instalado un timbre en las habitaciones para avisar al "botones", pero para que estos se enteren (andan por las escaleras algo adormilados) el timbrazo suena a todo volumen por el hotel, se entera el servicio, el recepcionista y todos los clientes. Imaginaros esto a las 11 de la noche o las 6 de la mañana porque alguien quiere tomarse un café, o que le recojan el equipaje, del susto pegas un bote en la cama, en fin!, un disparate!. Y no hablemos si se va la luz, pasados unos minutos de oscuridad, arrancan un generador que tienen bajo mi ventana y, a pesar de estar en un tercero, parece que esté desfilando la primera división de tanques indios bajo mi cama.

Esta noche hay reunión de españoles en la terraza del María, parece que hay un grupo bastante grande de españoles por aquí entre viajeros y voluntarios, mañana se van tres chicas y organizan una pequeña despedida. Ya no es posible hacerlo en la terraza del Salvation Army (el más popular y barato de las guesthouses de por aquí) por que la última vez la liaron bien con cervezas y gritos, y los de la casa dijeron que eran muy religiosos y que nada de alcohol ni fiestas. Ahora creo que los españoles que no duermen allí no pueden entrar ni de visita. No, si allí donde vamos...

27.1.07

Dulces, castas y yogurt

Ayer, en mi último día en Varanasi, fuí con Vanesa a una pastelería a la que había prometido llevarme.En la India puedes encontrar puestos de dulces por todas partes, les encantan, pero es en las pastelerías donde encuentras una gran variedad de pequeños dulces en forma de bolas, cuadrados o rombos. Nos sentamos a tomarlos en lo alto de unas escaleras que se hunden, metros más abajo, en el río. Parece ser que estábamos justo al lado de una escuela, se oía a un grupo de niños recitar. Vanesa me contó que era sánscrito, y por lo tanto solo podía ser una escuela de niños brahmanas, la casta más alta de la India. Parece ser que el sistema de castas va perdiendo fuerza y pureza, pero aún se mantiene vivo en multidud de facetas de la vida india. Por ejemplo, la pastelería a la que habíamos ido estaba regentada por Brahmanas, y sería la única pastelería a la que acudiría un Brahman al considerar que si la comida pasa por las manos de un casta inferior podría estar contaminada. Pero los Brahmanas ya no están consagrados únicamente a labores sacerdotales y puedes encontrarte a un guerrero (Chatria),que forma parte de la segunda casta, conduciendo un taxi. Pero lo que no verás será a un Sudra o un Paria haciendo nada que no corresponda a su baja casta.

Callejeando, de vez en cuando me encuentro unas estancias abiertas al exterior, tan negras como las cuevas de los Nagas en el Himalaya. Al principio no se ve nada de nada, hay que dejar pasar unos instantes para que los ojos, deslumbrados por el mediodía, se acostumbren poco a poco a la oscuridad. Entonces ves a dos o tres hombres removiendo unas descomunales cazuelas negras de hollín, cubiertas de unas costras milenarias que ocultan el metal. Dentro humea la más blanca de las leches. Aquí, entre tinieblas, preparan el yogurt, unos de los postres nacionales en la India.

Mirando por la ventanilla del tren veo desfilar interminablemente pequeñas o minúsculas poblaciones de calles terrosas y casas de adobe con el techo de paja. Hay agua estancada por todas partes. El paisaje es neblinoso y entre los campos de cultivo aparecen algunos árboles emborronados con la distancia. No puedo evitar recordar a Gandhi en su viaje en tren a través de la India, viendo, con sus ojos educados en Inglaterra, la situación del país. Quince horas después de salir de Varanasi estamos entrando en la estación de Howrah en Kolkata, mucho antes de que el tren se detenga van subiendo a la carrera los portamaletas que recorren los pasillos buscando clientes. Es increible la cantidad de equipaje que llevan los indios, y más increible aún todo lo que consiguen cargar estos hombres, hasta tres maletas, una encima de otra, haciendo equilibrios sobre la cabeza y dos bolsas más en los brazos alzados que sujetan la torre de maletas. Los cuervos, graznando, sobrevuelan las cúpulas de la estación, dándome la bienvenida a la ciudad.

24.1.07

Días de Varanasi

Esta mañana, leyendo en la habitación, he oido unos ruidos raros y al girarme me he encontrado con un mono urgando en una de mis bolsas, afortunadamente ha vuelto a salir por la ventana rápidamente sin llevarse ningún trofeo. En el arbol que hay sobre la Guesthouse viven varias familias de monos y de vez en cuando se dan un paseo por los balcones a ver que pueden escamotear, no es una buena idea tender la ropa fuera, y parece que tampoco lo es dejar la puerta o venta abierta sin estar ojo avizor. Hace una par de noches la luz se iba y venía de forma inusitada, suelen cortanla todos los días de 10.00 a 15.00 horas, y luego es habitual que hayan pequeños cortes, pero lo de esa noche parecía una berbena. Cuando salí a cenar, vi a los monos montando una buena en el tejado, el chico de la puerta me comentó que eran ellos y sus escaramuzas los que estaban provocando los cortes de luz de esa noche.

Hace unos días cogí un buen constipado y la couldina que me traje no parecía hacer gran efecto, afortunadamente me encontré con Vanesa, una española que estudia tercer año de hindi en la Universidad de Varanasi, y me acompañó a su farmacia habitual donde me sirvieron tres pastillas, una para el constipado, otra para la ligera fiebre que, según él, tenía tras tocarme el antebrazo, y una de vitaminas. Con unas tijeritas fue cortando las unidades necesarias para el tratamiento, cinco de la primera, seis de la segunda y otras cinco de la última, y todas a una bolsita de papel de periódico, ni una más ni una menos de las necesarias. Ahora ya estoy prácticamente reestablecido. La sanidad española haría bien en aplicar un sistema parecido si realmente quiere recortar gasto sanitario y facilitar el acceso a los medicamentos...

Ayer fue la Saraswati Puja, la ciudad amaneció salpicada, aquí y allí, de improvisados tenderetes de telas a franjas rojas o azules, en los cuales se instalaban los altares dedicados a la diosa del conocimiento y las artes. Estos últimos días los hindús han estado comprando pequeñas figurillas de Saraswati para la celebración de la Puja en familia, pero además hay una gran estatua por barrio o comunidad que es la que se expone y adora en la calle, haciéndole ofrendas de fuego, agua, inciensos y alimentos. Pero todas ellas, las pequeñas, las medianas y las grandes están siendo arrojadas al rio en el día de hoy, tras la jornada de devoción.

Desde el mediodía e ininterrumpidamente, se van sucediendo las festivas procesiones hasta la rivera del Ganges. Una vez allí suben a la diosa en una barca (si es una figura pequeña la suelen arrojar desde la orilla), se adentran en la corriente y la sumergen en las aguas sagradas entre exclamaciones de júbilo. La mayoría son jóvenes que gritan, tocan el tambor, bailan y se lo pasan en grande. No obstante, la ceremonia tiene un punto gamberro que no se le escapa a nadie. Con la llegada de la noche aumenta el frenesí y en el Ghat principal, empieza a formarse cola, las barcas no dan a basto. Las figuras van a parar al río en una nube de incienso, una tras otra, aquí en Varanasi, en Kolkata y en muchas otras ciudades a lo largo del Ganges. En los próximos días la navegación fluvial se verá seriamente comprometida por unas aguas cubiertas de cientos, de miles de diosas aferradas a sus vinas en sus naufragios.


Vina: instrumento musical de la familia del sitar

21.1.07

Las masas de Allahabad

Antes de ayer fue el punto álgido del Ardh Kumbh, el baño sagrado que marca el ecuador entre un Kumbh Mela y el siguiente, doce años depués. El Kumbh Mela es la concentración religiosa más grande del planeta, se calcula que acudieron 70 millones de fieles en el 2001. A pesar de no ser "la fiesta grande", la celebración de Allahabad es de unas dimensiones inimaginables, solo en el día principal, marcado por la luna nueva, se calcula que se bañaron 1.8 millones de personas. Pero quien mejor habla de estos acontecimientos es Mircea Eliade en su libro "La India", donde narra como vivió un Kumgh Mela acompañando a un grupo de peregrinos.

"Cada doce años, India entera se estremece; los pueblos se agitan, los monasterios se vacían, de las cuevas del Himalaya descienden ermitaños desnudos sucios de cenizas, de la costa de Malabar, del cabo Comorín, del golfo de Bengala, de los montes Vindhya, del desierto del Thar convergen carros de toda clase, comitivas de monjes, grupos de indigentes, tropas de leprosos, séquitos de rajás, palanquines abarrotados de mujeres ocultas por cortinas blancas, trenes llenos de pasajeros, una muchedumbre extraordinaria ávida de santidad: los peregrinos de la Kumbh-Mela."

Al día siguiente me dirigí a comprar todos los periódicos que hubieran, el quiosquero me señaló que alguno de ellos eran en hindi, lo cual era más que evidente con su alfabeto devanagari, pero yo se los di a cobrar junto al resto. Ante su divertida pregunta de si entendía hindi le dije -Oh no!, solo por las fotos- y él, y otros que enseguida se acercaron curiosos, reían asintiendo.

Aquí, en Varanasi, también han sido unos días muy ajetreados, con mucha gente yendo y viniendo por las calles o por el río, en grandes barcas. No había más que bajar las escaleras de Dasaswamedh Ghat y ver la cantidad de mendigos alineados, desde muchos metros antes, formando una especie de barandilla humana que dividía el camino en dos, todos con sus platos de metal esperando al sol. Algunos muestran, lo más ostensiblemente que pueden, los estragos de la lepra, en forma de muñones en manos y pies. De vez en cuando cae alguna moneda, pero lo habitual es que los peregrinos repartan tan solo arroz, que van dejando caer de plato en plato casi sin pausa hasta que cogen un nuevo puñado de entre sus ropas.

En los últimos escalones todo el mundo se baña con el agua sagrada, la recogen, la elevan sobre sus cabezas y la vuelven a dejar lentamente mientras rezan. El barquero que me lleva río arriba bebe el mismo agua con reverencia, un agua calificada como de las más contaminadas del planeta, pero él me dice que Ganga es su madre, que ha bebido desde pequeño y nunca le ha hecho mal. Más adelante nos cruzamos con el cuerpo de un niño muy pequeño, casi un bebé, envuelto con una ligera tela blanca, a veces no hay dinero para quemar los cuerpos y sencillamente se dejan en el río para que se los lleve la corriente.

¿Qué hay en los Ghats?

Escalones!, por todos lados, a distintas alturas, subiendo y bajando. Y también perros tiñosos, cabras que caminan de puntillas, monos chillones y belicosos, peces que a veces se dejan ver de un salto, búfalos peludos rumiando pensativos, patos tambaleantes, pájaros tomando un baño, vacas de ojos acuosos y hasta cerdos, sucios y feos, en los ghats más apartados. Y niños vendiedo postales o volando cometas, chicos jugando al cricket, intocables amasando y poniendo a secar ensaimadas de caca de vaca, sadhus de naranja con mil arrugas y un tridente en la mano, hombres y mujeres que se bañan , rezan o laban la cabeza, musulmanes con sus gorros contemplando las aguas, lavanderos dando un paliza a la ropa para dejarla inmaculada, carpinteros construyendo barcas, porteadores llevando leña para las piras funerarias, barberos rapando cabezas sin descanso, oradores aleccionando a grupos atentos, remeros ofreciendo sus servicios al grito de: boat, sir?, vendedores de cacahuetes, caca por todas partes, palacios, torres, minaretes, altares, silos de depuración, masajistas, maestros de yoga, muertos ardiendo, turistas, viajeros, coreanos, hippies, mendigos, iluminados... Y una luz como de otro mundo al amanecer o al atardecer. Y una atmósfera, única en el planeta, que se inclina hacia lo místico o hacia lo mundano a una velocidad de vértigo. Y un río de mil caras que se van desvelando según avanza el día, un río que, en temporada seca, está tan quieto y tranquilo que no parece ir a ninguna parte.

20.1.07

La ciudad de Shiva

Ya estoy en la ciudad santa de Varanasi, antes llamada Benarés, una de las ciudades vivas más antiguas del planeta. Nada más salir de la estación cojo un ciclorickshaw para dirigirme al centro, ir en taxi no tiene demasiado sentido, y los autorickshaws, pequeños motocarros donde caben dos personas en el asiento posterior (hasta cinco o seis si aplicamos el cánon indio), son algo afixiantes, muy ruidosos y no te dejan ver bien el exterior. En cambio con el ciclorickshaw, una bicicleta unida a un pequeño remolque de dos plazas, te mueves bastante deprisa y puedes disfrutar de una amplia visión al ser descubierto.

El conductor que me tocó en gracia conducía como un loco, gritando sin parar (a falta de claxon...), empujando a los que le molestaban y culebreando por entre el tráfico de tal manera que, cuando llegamos, no entendía cómo no habíamos tenido dos o tres accidentes. A mitad camino hizo un alto para "repostar". En un puestecito se aprovisionó de más betel, una droga suave de efectos estimulantes, y regresó a sus pedales dedicándome una sonrisa que descubría tres o cuatro dientes alzándose temblorosos en unas encías encharcadas de rojo, al igual que el resto de la boca, llena de betel en proceso de masticación.

A pesar de la conducción suicida, o gracias a ella, fuimos adentrándonos en Varanasi y un escalofrío me recorrió desde la punta de los dedos de los pies hasta lo más alto de la coronilla. El caos, según nos acercamos a Dasaswamedh Ghat, se vuelve inimaginable, pero por mucho que cueste creerlo, la circulación consigue avanzar, titubeante, arrancando y frenando, esquivando milagrosamente a peatones y vacas. Entre pitidos, gritos y mujidos coseguimos llegar a mi destino, o al menos hasta donde dejan llegar al ciclorickshaw, pues han cortado la circulación a partir de un punto, y debo de continuar a pie, abríendome paso con mi mochila entre la muchedumbre, procurando esquivar las, apartir de ahora, perpetuas cagadas de vaca, en busca de un lugar donde alojarme.

19.1.07

La Estación

Entrar en la Estación de Trenes de Howrah es como colarse en una superproducción hollywoodiense que se está esforzando todo lo posible por mostrar el drama de dimensiones bíblicas causado por el éxodo de una guerra o alguna terrible epidemia... bueno, exagero un poco, pero algo de ello hay. Son las 20.00 horas de un miércoles y parece que vayan a bombardear Kolkata y todos quieran salir de ella al mismo tiempo. Cientos de personas se mueven de un lado a otro buscando su tren, mirando los paneles informativos, procurando no perder ningún miembro de la familia en medio de la vorágine. Se han formado dos amplios cuadrados en la parte central de la estación donde permanecen tumbados, durmiendo o haciendo tiempo, infinidad de indios envueltos en sábanas, saris o mantas, componiendo un mosaico de mil colores y texturas por donde aparecen intermitentemente cabezas o pies.

Finalmente indican la llegada de mi tren en el panel luminoso y casi al mismo tiempo, en un extremo de la estación, parece desprenderse un iceberg de un continente helado y una masa de personas, como una sola, se mueven hacia el andén indicado, separándose del grupo que espera e indicándome el camino que seguramente debo seguir. El tren es larguísimo, la marea humana me arrastra mientras intento inútilmente identificar mi vagón, voy dando baldazos de un lado a otro aturdido. En realidad yo no tengo tanta prisa, soy un afortunado que puede permitirse viajar en primera en una cómoda litera numerada. No como la gran mayoría, que se mueve apresuradamente, arrastrando sus bultos, niños o abuelas, y se suman a apretadas filas para intentar coger un buen sitio para el largo viaje. En uno de los vagones se produce una aglomeración en la puerta y unos policías con largas cañas reparten palos a diestro y siniestro. Algunos se empujan o discuten, otros esperan su turno, con estoica indiferencia, como si la cosa no fuera con ellos.

Por muy largo que sea, finalmente se me acaba el tren y no he encontrado mi vagón, vuelvo a empezar, en sentido inverso y me detengo frente a uno que indica AC, la clase de mi billete, me acerco esperanzado a consultar la lista que pegan en la puerta de cada vagón y donde están indicados los nombres de los pasajeros y sus números de asiento, y al primer vistazo encuentro, como por arte de magia, mi nombre, entre muchos otros en hindi, no debí dudar de la eficiencia india! Y que buena suerte encontrarme a la primera. En esta puerta no hay ni colas ni palos de la policía. Subo, y al poco de ponerse el tren en marcha, arreglo mi litera para la noche, en la literas de enfrente hay un matrimonio indio mayor, ella muda su sari por un vaporoso salto de cama rosa. Varanasi me espera mañana por la mañana.

La Ciudad de la Alegría

Dominique Lapierre llamó a su libro"La Ciudad de la Alegría" y, la verdad, no se me ocurre un título mejor por todo lo que ello implica. Leí el libro hace muchos años, pero algunos fragmentos se me quedaron grabados para siempre. Y tengo la sensación de que el libro es aún más duro que recorrer la ciudad en si, por mucho que a la vuelta de cada esquina salgan a tu encuentro escenas que te dejan sin aliento, con el corazón encogido y el estómago vuelto del revés. Y lo creo por dos motivos, primero por el momento histórico en el que se desarrolla la narración, unos años de fuerte crisis con miles de familias emigrando del campo, huyendo de la hambruna y llegando a una ciudad desbordada e inmisericorde. Y segundo porque el visitante ocasional, como yo, apenas araña la superficie de una ciudad estratificada hasta el límite en todos sus aspectos, mientras el libro se adentra en estos estratos y te conduce a los más pequeños y perdidos resquicios, siguiendo a varios personajes bien distintos que viven, o sobreviven, la ciudad.

16.1.07

Escultores de Dioses

El otro día me dirigí al norte de Kolkata, a unos 4 km del centro, en busca de los escultores de dioses del barrio de Kumartuli. Pedí al taxista que me dejase en Kasi Mitra Ghat, para luego dirigirme a los talleres de los escultores., que calculaba estarían cerca. Pero me parece que el taxista no conocía muy bien el lugar, pues iba preguntando a los transeuntes dónde quedaba el lugar al que nos dirigíamos. Así que, cuando por fin llegamos, no tenía muy claro si realmente estaba donde quería estar. Me puse a andar contemplando el río, haciendo alguna foto de los Ghats y esperando ver algún indicio de Kumartuli. Al cabo de un buen rato ya estaba casi seguro de haber pasado de largo, y estaba a punto de preguntar y desandar lo andado, cuando apareció frente a mi un hombre subiendo de la orilla, donde fondeaba una barca espigada. En su cabeza llevaba un capazo lleno de barro gris, espeso y pesado. Esperanzado seguí sus pasos y casi enseguida vi la primera figura en proceso de construcción, había llegado a Kumartuli, y pronto me encontré con grupos de figuras en formación militar, grises como el barro que traían para moldelarlas, grises como el fondo del río al que irán a parar en Octubre, cuando se celebre el popular Durga Puja y, tras una festiva procesión, los ídolos sean sumergidos en las aguas sagradas.

Kumartuli es un barrio muy tranquilo, de casas y edificios bajitos, la gente parece no tener tanta prisa y hay pequeños pasajes peatonales donde los vecinos sacan sus plantas y no se oyen los pitidos de los coches. Las calles de los escultores, con talleres a uno y otro lado, quedan reducidas a sinuosos pasillos bordeados de cientos de figuras, Durgas con ocho brazos, Saraswatis con sus vinas (intrumentos de la familia del sitar), Shivas con tres ojos... Me muevo con sumo cuidado por un frágil bosque de brazos alzados y ojos sesgados. Reina un ambiente de trabajo, apacible y silencioso, que contrasta fuertemente con la bulliciosa ciudad. Creo que he llegado en el mejor momento, cuando los esqueletos de paja y cañas ya están cubiertos de barro con la forma casi definitiva, pero aún no han empezado a pintarlos; es entonces cuando tienen mayor fuerza expresiva, con el barro húmedo por el modelado o algo resquebrajado por el secado. De alguna manera todo esto me recuerda a Dios, dando forma a Adán a partir del barro, solo que ahora somos nosotros quienes damos forma a los dioses.

14.1.07

New Market

New Market, en el centro de Kolkata, es muy conocido por sus tiendas de ropa, telas o comida. Un lugar donde un extranjero no puede dar dos pasos sin que surja algún caza-turistas dispuesto a perseguirlo hasta el último rincón para llevarlo a sus puestos. Un verdadero fastidio, vamos.

Pero el mercado es realmente grande y se divide en naves independientes separadas por estrechos pasillos que también están a rebosar de puestecitos, con lo que a veces no te das ni cuenta de haber pasado de una a otra nave. Ahora bien, cuando entras en el mercado de carne o en el de pescado te das cuenta inmediatamente. No se que es lo primero que te asalta, si el intenso olor, que inevitablemente te acompañará todo el día, o la visión apocalíptica de un escenario próximo al fin del mundo.

A mi me encanta ir a comprar al Mercado Central de Valencia, muchas veces entro por la puerta de la pescadería, me resulta cómodo por donde vivo y me gusta ver los puestos, con el pescado fresco, las luces de neón, los mármoles blancos y el hielo derritiéndose. Pues bien, crucemos medio mundo para encontrarnos con una estampa bien distinta... pero fascinante, sin lugar a dudas...

Al acercarme a una de las naves, me encuentro con un carrito de madera lleno hasta arriba de enormes peces, no me preguntéis cuales porque no tengo la menor idea del tema. Un hombre los va sacando y dejando caer tres escalones más arriba, en la entrada del mercado, en el suelo más negro que he visto en mi vida. Otros los van recogiendo y distribuyendo por los pasillos. Intentando no pisar ninguno, entro saltando de baldosa en baldosa como Indiana Jones en el Templo Maldito. Dentro hay un frenesí importante, son las siete y media de la mañana y estamos en plena efervescencia. Se corta, se pesa, se trocea, se raspa, tanto las mesas como el suelo son idóneos para trabajar, los pescados se alinean por tipos, los pescaderos levantan sus cuchillos, las mujeres se sientan en círculos y pasan las horas pelando gambas, montañas de pieles y escamas se acumulan bajo las mesas. Al fondo de la nave parece que ha caido un obús, en una pared semiderruida que no llega al techo, un hombre echa una meadita mientras otro, a un par de metros y con una cuchilla entre las piernas, descabeza pescado tras pescado. El suelo es negro, las pareces son negras, el techo, altísimo, es negro, los delantales son negros, pero los peces brillan en las tinieblas relucientes con sus trajes de escamas.

Ni siquiera esto te prepara para la visión del mercado de la carne, a pocos metros de allí. Al entrar me encuentro con un grupo de cabras a la espera del sacrificio, mientras diez o doce cuerpos permanecen en el suelo, sin cabeza ni patas, esperando para ser despellejadas. Las que aún estan vivas se apretujan algo ausentes a lo que se les viene encima, una de ellas mordisquea las tripas de una de sus compañeras que sobresale de un cubo. Este mercado aún parece más grande, alto y negro que el anterior, los cuervos campan a sus anchas y los ves volando o posados en las balanzas, aguardando su turno. Grupos de gallinas con las patas atadas agitan sus alas inútilmente, les cortan el cuello y antes de que paren sus últimos estertores ya están desplumándolas. La sangre corre por doquier, en forma de densos chorretones en mesas y pasillos o diluida con otros líquidos, deslizándose por unos canalilllos que drenan el matadero.

En unas mesas se pesa, en otras se trocea, se deshuesa o despelleja y todo está cubiero de vísceras, tripas, sangre y plumas, mientras yo me esfuerzo por mantener el equilibrio y no pisar nada que no deba. Un par de veces estoy a punto de irme al suelo, esto parece una pista de patinaje. Al final salgo de allí con la nariz embotada por el penetrante olor y ligeramente mareado. La siguiente nave alberga el mercado de verduras y hortalizas. Las patatas, perfectamente ordenadas y limpitas, me miran sonrientes, las frescas y verdes lechugas están apiladas hasta alturas de malabarista, las zanahorias sonrosadas se agrupan fomando una rueda, con las hojas hacia afuera. Huele a tierra y a campo y se me antoja entrar en un mundo de paz y sosiego.

13.1.07

Templos y naranjas

Cerca del puente Horwah hay una zona donde las calles se estrechan, convirtiéndose en callejuelas, que se retuercen, haciéndote perder la orientación. Parece el casco antiguo de Kolkata, esta mañana he pasado un buen rato perdido por estas calles intrincadas. La especialidad de esta zona son los puestos de dulces. Normalmente los comercios se agrupan por gremios y cuando te encuentras una tienda de dulces, aparecen veinte o teinta más, una detrás de otra, repletas de ordenadas pilas de cosas apetitosas, muchas de las cuales no tengo la menor idea de lo que podrán ser. Finalmente compro una bolsa de tortitas formadas por un conglomerado de cacahuetes y algo que recuerda a la miel. Mordisqueándolas sigo caminando y cuando quiero darme cuenta estoy pisando paja seca y blandita. El camino se ensancha y da paso a una amplia zona despejada donde confluyen varias calles y donde varios camiones han fomado un círculo dando macha atrás, abiendo sus compuertas posteriores, cual enormes bocas, desparramando kilos y kilos de fruta sobre esterillas que se combierten en puestos, con sus dueños sentados, contando mandarinas, las piernas cruzadas sobre un mar anaranjado. Los camiones repletos hasta los topes, mezclan el género con paja seca para amortiguar los posibles daños del viaje, parece que han extendido toda esta paja por la zona cubriendo de un mullido manto el asfalto y las aceras.

En uno de los puestos me piden que le haga una foto a un hombre con una gorra roja nueva, cuando luego se la muestro en la pantalla digital todos se acercan entre risas y empujones para verla, terminan arrebatándomela, amablemente, para hacela llegar al jefe y a otros trabajadores naranjas adentro. Continúan los comentarios jocosos y divertidos y se acercan los vecinos de los puestos contiguos. Veo alejarse la cámara de mano en mano con algo de inquietud, pero al poco está de vuelta junto con una naranja y gestos de agradecimiento.

Hoy es sábado y si ya es complicado entrar cualquier día en el Templo de Kali, hoy se hace casi imposible. Largas colas de hombres y mujeres se apretujan y avanzan lentamente. Hay niños y ancianos, mujeres pobres con saris raidos y apagados y mujeres más acomodadas con saris deslumbrantes, perfectamente maquilladas; los hombres llevan doti o pantalones grises, muchos con barba o bigote, con gorros blancos, turbantes de colores o la cabeza rapada. En algunos tramos la fila es tan apretada que los dedos descalzos de los pies tocan los talones del siguiente en la cola, y así sucesivamente. Ocasionalmente se inician algunas discursiones, pero en general el ambiente es de paciente y resignada espera. No parece ser lo mismo en la puerta trasera, donde la entrada se estrecha todo lo que permiten las verjas y donde confluye la cola "oficial" y un nudo de personas que intentan entrar por colas alternativas o de cualquier manera. Aquí las voces suben y bajan de tono como la marea, en algunos momentos hay pequeños conatos de tumulto, los brazos se alzan protestando, la gente apiñada se balancea a un lado y a otro, dentro, un hombre hace sonar un tambor furiosamente, la multitud, en el patio interior, levanta las ofrendas de flores y comida sobre sus cabezas para que no resulten aplastadas. Veo en la cola a una hermosa joven de piel suave y larga trenza apretada y negra como la noche, con su sari granate inmaculado y unas flores en la mano logra mantener una mínima y decorosa distancia con el hombre que le precede. Qué hace en la cola? es una princesa hindú que debería llegar en una carroza o a lomos de un elefante engalanado. En cambio espera pacientemente como una más para poder ver a Kali. Más atrás hay un hombre alto con un pañuelo naranja en la cabeza, ladeado y abultando como un nido de serpiente, debe contener sus rastas, enrolladas y arropadas. Un joven pasa de largo por delante de la fila, lleva de una cuerda un par de cabritas negras, mucho me temo que estas no verán un nuevo amanecer.

12.1.07

Kolkata al amanecer

Mi cuarto día en Kolkata y voy adoptando algunas rutinas, entre ellas, levantarme trempranito para aprovechar las primeras horas del día, el mejor momento para mis fotos. A las cinco y media me levanto y preparo el equipo, sobre las seis salgo al encuentro de un ciudad sumergida en la niebla que empieza lentamente a despertar. Las calles, normalmente abarrotadas, aparecen semidesiertas, cubiertas intermitentemente de cuerpos tendidos y envueltos en mantas o sacos de los pies a la cabeza, como viejas momias egipcias.

Algunos ya se han levantado y encienden los hornillos de los puestos de comida callejeros para preparar los primeros desayunos, otros intentan ahuyentar el frío de la noche alrededor de pequeñas hogeras en las aceras. Las columnas de humo se mezclan con la bruma matinal empañandolo todo de blanco, suavizando así un tanto los duros perfiles de una ciudad que se prepara para un nuevo y furioso día.

En los Ghats, bajo el puente Howrah algunos indús se sumergen en el río sagrado, toman un baño o rezan siguiendo el ritual, se lavan los dientes con la vista perdida en el río... o lavan la ropa o recogen agua o sumergen enormes fardos de hojas verdes que llevan chorreando al cercano Mercado de las Flores. La orilla opuesta apenas se vislumbra y el gigante puente de hierro surge de la niebla para alcanzar la orilla, suspendido mágicamente sobre el río, depositando largas hileras de hombres con todo tipo de bultos en sus cabezas.

Justo debajo hay dos túneles, negros como las alas de los cuervos que tanto abundan en esta ciudad, a su derecha decenas de camiones descargan sus mercancías en un ajetreo de gritos de advertencia y hombres con largos garfios de los que se sirven para agarrar los sacos. Un grupo de porteadores emerge de uno de los oscuros tuneles arastrando un carro, todos cubiertos de blanco, como si de una procesion fantasmal se tratase. Los dejo atras, vociferando y gruñendo, y atravieso el tunel. Al otro lado tiene lugar el Mercado de las Flores y a la ciudad no le queda mas remedio que rendirse por un momento y su costra gris retrocede ante miles de flores de colores imposibles, limpias y billantes, frescas y fragantes, engarzadas en largas cadenas y collares, enroscadas en montañas rojas, amarillas, naranjas o blancas. La fina capa de polvo y polución que cae sobre Kolkata, depositandose en todos los resquicios, no llega a este lugar.

11.1.07

Kolkata

De poco sirvió la lista y tomarme las cosas con tiempo, al final salí de casa y me dejé la Lonely Planet y el Moleskine, de mal en peor! Afortunadamente, en mi escala en Frankfurt, pude comprar la guía otra vez (en inglés) y un nuevo Moleskine, imprescindible, segun Chatwin, si quieres viajar a cualquier parte... Más tarde, en la larga espera aeroportuaria, conocí a un canadiense de barba blanca y prominente barriga. Al día siguiente tomamos juntos un taxi amarillo y cruzamos Kolkata con las primeras luces del día. Decidimos compartir habitación en un ruino hotel colonial cerca de Sudder St., realmente daba pena verlo, parecía que podía venirse abajo en cualquier momento, pero al mismo tiempo tenía cierto encanto, con grandes habitaciones de vivos colores y techos altísimos.

John, el canadiense, es profesor de biología, y ha dejado a su famila y dos hijos en Canadá para recorrer, a sus 62 años, y durante tres meses y medio, India, Nepal y termina en Beijing. Le encanta hablar y en nuestras conversaciones es él quien lo hace casi todo el rato, mientras mis pequeñas intervenciones en un torpísimo y primitivo inglés no parecen desalentarlo en absoluto. Además creo que es tan despistado y desastre como yo, el primer día perdió el pasaporte y terminé encontrandoselo yo en su propia bolsa...

Es curioso reencontrarme con la ciudad que visité hace casi dos años. Aquella primera vez no fue tan afortunada, venía de Varanasi y el choque con la ciudad fue un tanto "brusco". El calor, la gente, el ruido, la contaminación, el caos, la pobreza... uff! fue demasiado, pero siempre he vuelto a pensar en Kolkata y en acercarme de nuevo a esta descomunal urbe. Y esta vez estoy encantado con ella, en parte porque el clima es perfecto, en parte porque ya vengo "mentalizado", y en parte por... quien sabe por qué!!! Pero esta ciudad es absolutamente increible, te desborda, para lo bueno y para lo malo, catorce millones de personas haciendo gran parte de su vida cotidiana en la calle, comiendo, trabajando, durmiendo, bañandose, discutiendo, dando clase, lavándose los dientes, cortándose el pelo, rezando, mendigando, jugando, lavando la ropa... todo lo que puedas imaginar, apenas queda un resquicio por donde andar y muchas veces las tiendas ambulantes ocupan toda la acera y es preferible jugarse la vida y caminar por la orilla de la carretera, por donde circulan como posesos, coches, rickshaws, autorickshaws, motos, bicicletas, taxis, camiones e infinidad de destartalados autobuses de los que es habitual ver gente subiendo o bajando en marcha, todos tocando el claxon a discreción, con desenfrenada alegría. Algunos policías, inmutables, dirigen el tráfico en puntos conflictivo y en el centro pueden verse tres o cuatro semáforos nuevos, pero en el resto de la ciudad todo funciona con el método indio... que nadie sabe muy bien cuál es.

PD: Lo siento, pero en los teclados de por aqui, no encuentro ni acentos ni enyes
Edito: Gracias a Sonia ya puedo acentuar y colocar las eñes en su sitio

7.1.07

Libros para un viaje



Dentro de un ratito salgo para Madrid, y de madrugada tomo el avión para Kolkata. Llevo todo el día preparando la mochila y he salido a hacer algunas compras de última hora… espero que esta vez no se me olvide nada!

En anteriores viajes siempre he echado de menos llevar más libros, intento llevar lo mínimo y siempre me falta lectura, luego dispongo de mucho tiempo para leer y me arrepiento continuamente. Esta vez no será así, me fui a la tienda y compré estos cuatro libros, en sus ediciones de bolsillo, más baratas y sobretodo más ligeras. Todos son libros muy conocidos que llevaba tiempo deseando leer, como “Las Palmeras Salvajes” de Faulkner, “El amor en los tiempos del cólera” de Gabriel García Márquez, “Las partículas elementales” de Houellebecq o “Rayuela” de Cortázar.

Las baterías de los cacharros están terminando de cargarse, quedan ya pocas cosas desperdigadas por el sillón que deba meter en la mochila, voy a repasar la lista por última vez, seguro que olvido algo! Intentaré postear de vez en cuando durante el viaje, pero ya veremos con que frecuencia…

4.1.07

Éxito y fracaso

"La bondad o la maldad del carácter de un individuo no se reflejan en el éxito momentáneo o en el fracaso, aquí abajo. El éxito o el fracaso no son, a fin de cuentas, más que manifestaciones de la Naturaleza. El bien y el mal son, sin embargo, naturalezas humanas. No obstante, es cómodo, por razones didácticas, expresarse como si el éxito o el fracaso en el mundo fueran el resultado directo de un buen o mal carácter"

-Hagakure- (Japón, siglo XVIII)